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El 24 de abril de 2016, un estudiante perdió un riñón al ser apuñalado por otro compañero de colegio en el patio de un establecimiento en la comuna de San Miguel. Pocas semanas después, el 18 de Mayo, un conjunto de apoderados y profesores se “tomaron” el Liceo Experimental Artístico (LEA) de Santiago, como una forma de protestar por el eventual cambio de lugar de este establecimiento desde el centro de la ciudad hacia la comuna de Santiago.

Aunque de primera ambos eventos parecieran estar desconectados y sin mayor relación, es evidente que ambas noticias poseen algo en común: ambas pueden ser entendidos como ejemplos de conflictos que se producen al interior de las escuelas chilenas. Como cualquier organización social, la escuela es un espacio eminentemente conflictivo, lleno de dificultades, problemas y tensiones, provocadas por problemas internos entre los actores (como en el ejemplo de la pelea entre estudiantes en San Miguel) o por decisiones o actores externas, pero que afectan a las comunidades educativas (como en ejemplo del LEA). Más que asustarnos o intimidarnos, la existencia (bastante común, por lo demás) de estos procesos de conflictividad debiera llevar a preguntarnos: ¿Cómo se pueden/deben solucionar estos conflictos? ¿Cuándo estos conflictos benefician, y cuando perjudican, a las comunidades escolares? ¿Cuáles son las estrategias más adecuadas para gestionar estos procesos?

Un actor (aunque, evidentemente, no el único) que está llamado a responder a estas preguntas, es el director del establecimiento. Por su rol, funciones y lugar que ocupa en la escuela, el director (y junto con él, el equipo directivo) tiene un rol fundamental en el manejo y gestión de los conflictos escolares, pues son los encargados naturales de fomentar la armonía al interior de las escuelas, debiendo por lo mismo generar estrategias, mecanismos y procesos que permitan manejar los conflictos al interior de sus organizaciones. En este sentido, la existencia de cuestionamientos de los apoderados sobre las reglas y procedimientos que tiene el colegio; la realización de movilizaciones (marchas, paros, petitorios) de los estudiantes en la escuela o el desarrollo de reivindicaciones de los profesores respecto de su carga laboral o de su salario son temas con lo que día a día deben lidiar parte importante de los equipos directivos del país.

Evidentemente, no existe una receta única que indiquen como los directores deben afrontar estas problemáticas, pero si es posible visualizar dar cuenta de algunos temas que, desde el Centro de Desarrollo de Liderazgo Directivo (CEDLE), nos parece importante destacar:

1. Conflicto como espacio de transformación: Un primer aspecto relevante para gestionar exitosamente los conflictos es entender que estos procesos no son necesariamente negativos ni perjudiciales, sino que pueden promover procesos de cambio que permitan a las escuelas mejorar su prácticas y políticas

2. La escuela como realidad particular: Un segundo elemento relevante es la capacidad de entender la particularidad de cada escuela. Cada escuela es un mundo en sí mismo, donde profesores, estudiantes y apoderados interactúan, sin existir una única forma de manejar los posibles problemas.

3. Flexibilidad y apertura al cambio: Relacionado con lo anterior, un tercer elemento central para el control de los conflictos es la flexibilidad y ductilidad en el manejo de las situaciones. Distintas realidades requieren distintas soluciones, y, por lo mismo, la capacidad de apertura es un elemento fundamental en este aspecto.

Aunque de manera preliminar, la discusión de estos temas debería ser un punto de inicio para el desarrollo de una gran discusión educativa y nacional -que tenga como objetivo principal diseñar estrategias, protocolos y procesos de formación que permitan a los directivos manejar los conflictos de forma eficiente, eficaz y equilibrada-, son las autoridades, los hacedores de política, los investigadores y especialmente los directivos, los principales llamados a avanzar en este proceso.