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Dra. María Elena Mellado Hernández
Mg. Carolina Villagra Bravo
Mg. Omar Aravena Kenigs

Una de las prioridades de la actual política de fortalecimiento del liderazgo directivo escolar, tiene relación con el desarrollo de capacidades directivas en diversas iniciativas formativas de aprendizaje colaborativo entre pares. En este sentido, los líderes escolares requieren oportunidades de diálogos reflexivos mediados por un profesional experto que asuma el rol de “amigo crítico” para gatillar el cuestionamiento del enfoque de liderazgo que subyace a sus prácticas directivas (Escudero, 2009; MacBeath, 2011).

Diversos estudios, describen al amigo crítico como un profesional confiable que hace preguntas provocativas, examina datos y experiencias a través de otros lentes, ofrece una crítica sincera respecto de la práctica directiva (Schuck y Russell, 2005; Figueroa y Muñoz, 2014). En este caso, el amigo crítico desafía las convicciones propias de los líderes escolares, aportándoles nuevos puntos de vista que permiten tomar distancia cognitiva acerca del propio desempeño. En otras palabras, es un mediador que ayuda a los directivos a identificar los problemas de su práctica e indagar en el conocimiento profesional para abordar soluciones con una mirada pedagógica.

Por consiguiente, el amigo crítico se considera una estrategia para el desarrollo de capacidades directivas, en tanto se involucre activamente en la experiencia de aprendizaje de los líderes escolares. Este profesional se caracteriza por ser honesto en sus declaraciones, capaz de tensionar las teorías implícitas develadas en discusiones inherentes al proceso de aprendizaje. En consecuencia, este cuestionamiento “sobre la marcha” es indispensable para provocar quiebres en las creencias que emergen en las reflexiones profesionales (Margalef y Pareja, 2007).

El rol de amigo crítico no radica en proporcionar respuestas, sino en formular preguntas pertinentes y desafiantes que enriquezcan el nivel de reflexión de los equipos directivos para desarrollar capacidades directivas efectivas que puedan transformar el centro escolar (Booth y Ainscow, 2012; Figueroa y Muñoz, 2014; Figueroa, Soto y Sciolla, 2016). Para ello, es necesario que el amigo crítico posea sólidos conocimientos de liderazgo educativo, comprenda profundamente el contexto y la cultura escolar, se haga parte de la comunidad profesional de aprendizaje y de los objetivos que sus integrantes deseen alcanzar.

El amigo crítico impactará positivamente en el desarrollo directivo, en la medida que pueda gestionar adecuadamente la tensión asociada a la reestructuración cognitiva necesaria para el aprendizaje. En esta lógica, propicia la construcción de una relación profesional empática que favorece el análisis y las reflexiones con un sentido formativo (Pérez-García, 2000; Gurr y Huerta, 2013; Huerta, 2014; Schuck y Russell, 2016). Esta relación constructiva entre los participantes se basa en los principios de confianza y respeto profesional.

En definitiva, las distintas experiencias de aprendizaje conjunto entre profesionales, como es el caso de las redes de mejoramiento escolar, son instancias idóneas para la participación de un amigo crítico. Se recomienda que este profesional sea externo a la comunidad que aprende, de modo que propicie una reflexión crítica orientada a develar enfoques tradicionales y ayude a minimizar sesgos inherentes a la cultura escolar.