menú

La educación de calidad durante los primeros años de vida se ha ido situando a nivel mundial como un agente de oportunidades sociales en el corto y largo plazo, tensionando a las políticas públicas a impulsar acciones que generen condiciones favorables y a las instituciones educativas a hacerse cargo del desafío de atender a la primera infancia mejorando la calidad del proceso educativo. Por otro lado, hace ya algunas décadas que la investigación educacional en el mundo ha ido demostrando la capacidad de los líderes escolares de influir en la gestión y en la calidad de la enseñanza de sus escuelas.

Según el estudio realizado por Cabrera-Murcia y Alegría (2019) sobre el liderazgo en primera infancia en Chile, es posible identificar diversos desafíos para este nivel de enseñanza, entre los cuales se destaca la necesidad de propiciar espacios al interior de las comunidades educativas, en los que se releve la reflexión en torno a cómo se aprende y se enseña en este nivel. Además, estas autoras enfatizan en la necesidad de que en este nivel educativo se avance hacia una comprensión del liderazgo en el que se modelen acciones que potencien la emergencia de una cultura colaborativa al interior de cada comunidad, siendo fundamental poner en el centro del liderazgo, los aprendizajes de niños y niñas, así como el contexto en el que el jardín infantil o la escuela están inmersos.

Sumado a lo anterior, la crisis provocada por el COVID-19, implicó hacer frente a acontecimientos, emociones y consecuencias en el presente inmediato con el fin de minimizar el daño a las personas y a la comunidad educativa que estas integran. Lo anterior requirió que las y los profesionales que lideran las instituciones educativas, sobre todo aquellas que atienden a la primera infancia, desarrollaran los atributos y habilidades necesarias para abordar los desafíos que los contextos de crisis plantean.

En este contexto, y desde mediados del año 2020 y durante el presente año 2021, como Universidad Diego Portales, hemos llevado a cabo diversas experiencias formativas orientadas al desarrollo de capacidades de líderes que trabajan para la primera infancia, entre las que se encuentran un diplomado en “Liderazgo para el aprendizaje en contextos de alta complejidad”, dirigido a las y los directivos de las escuelas y jardines infantiles de la comuna de Antofagasta, y dos diplomados dirigidos a educadoras y técnicos en párvulo de JUNJI, ambos orientados al desarrollo del liderazgo pedagógico para una educación inicial del siglo XXI. A estos programas se suma el desarrollo de tres cursos de formación continua, dirigidos a asesores técnicos regionales de JUNJI que acompañan a jardines infantiles a lo largo del país, dos de ellos focalizados en el Sistema de Aseguramiento de la Calidad para la Educación Parvularia, y un tercero orientado al desarrollo de habilidades para acompañar a mentores de educadoras de párvulo principiantes, en el marco de la entrada de este nivel al Sistema de Desarrollo Profesional Docente.

Estas experiencias de formación han dejado tres importantes aprendizajes a considerar para futuras propuestas formativas a líderes que atienden este nivel de enseñanza:

Acompañar a los participantes a través de mentorías. Considerar la mentoría como un dispositivo permanente, durante el período en que ocurre la formación, ha constituido una experiencia positiva y muy valorada por parte de los participantes, especialmente en el contexto de crisis causada por la pandemia. Este espacio brindó a las y los líderes la posibilidad de reflexionar sobre la propia práctica, a la luz de los contenidos revisados en los módulos del programa, a través de la construcción de una relación colaborativa y basada en la confianza entre el participante y el mentor. Esto cobra sentido, a la luz de lo que la evidencia señala, en tanto el liderazgo en el nivel inicial se construye en espacios de relaciones positivas donde es posible identificar las fortalezas y áreas de mejora de las personas y sus equipos. Así mismo, el desarrollo de las mentorías, especialmente las realizadas a nivel grupal, se convirtieron en espacios que permitieron poner en práctica una manera de acompañar a los equipos, que invita a la formación continua, al compromiso con la comunidad y a la responsabilización por un proyecto compartido.

Construir sentido de comunidad entre los participantes del programa. Las experiencias formativas llevadas a cabo durante este período nos han demostrado que la construcción de un sentido de comunidad brinda a los participantes la posibilidad de sentirse parte de algo que es común a todos, potenciando su sentido de pertenencia y compromiso con el proceso de aprendizaje. En el caso de las experiencias formativas que hemos llevado a cabo, la inclusión de un módulo inicial o “módulo 0”, orientado justamente a la construcción de identidad de grupo, ha permitido que los participantes desarrollen un sentido de pertenencia y conexión emocional, especialmente dada la posibilidad de compartir experiencias comunes y experimentar dinámicas de intercambio recíproco entre los integrantes del grupo. Establecer vínculos y relaciones positivas contribuye al desarrollo de uno de los aspectos que la evidencia considera como imprescindible al momento de configurar el liderazgo en el nivel inicial de enseñanza. Así mismo, el contar con un espacio que apunte al desarrollo del sentido de comunidad permite a su vez reforzar la idea de generar horizontalidad en los roles donde, por ejemplo, tanto las educadoras como las técnicos puedan compartir visiones comunes sobre lo implica ejercer el liderazgo, relevar la importancia del trabajo colaborativo y en red, así como el sentido de corresponsabilidad.

Desarrollar actividades prácticas que involucren el trabajo colaborativo y la reflexión colectiva entre los participantes. Cada uno de los programas de formación fueron diseñados de tal manera que los módulos de aprendizaje tuvieran espacios en los cuales los participantes pudieran encontrarse unos con otros y realizar actividades orientadas a analizar y reflexionar sobre situaciones concretas que implican desafíos para el ejercicio del liderazgo en la educación inicial.  Estas instancias permitieron potenciar el aprendizaje tanto a individual como colectivo alineado también a lo que ocurre especialmente en los jardines infantiles, donde el trabajo mancomunado brinda la posibilidad de compartir un espacio de aprendizaje mutuo en donde todas las integrantes son validadas y reconocidas desde sus habilidades y necesidades.

En síntesis, las experiencias formativas dirigidas a quienes ejercen roles de liderazgo en la primera infancia nos han demostrado la importancia de que estos programas propicien espacios donde se releve la reflexión sobre la propia práctica, así como también la construcción de identidad colectiva al interior de cada grupo. Tanto el ejercicio reflexivo como la construcción de la identidad profesional relevan el rol de agentes de cambio de estos líderes en sus comunidades educativas, así como también promueven la generación de acciones que apunten al desarrollo de una cultura colaborativa al interior de cada comunidad. De esta forma, creemos que potenciar el sentido de pertenencia, el involucramiento y la participación, en estos programas de formación, puede llevar a los participantes a resignificar y revalorar su comprensión sobre lo que implica liderar en este nivel de enseñanza.