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Los sistemas democráticos actuales enfrentan desafíos significativos, que van desde la disminución del apoyo público a los partidos tradicionales hasta el auge de posiciones populistas, la propagación de ideas autoritarias, la desinformación y una creciente polarización. En medio de este contexto, destaca el rol de la educación para la promoción de los valores democráticos, la gestión pacífica de conflictos y disensos, y el fortalecimiento de la cohesión social. En específico, la educación para la ciudadanía democrática ha sido destacada como una estrategia para enfrentar, desde el sistema escolar, los cambios en la cultura política y la debilitación de las formas tradicionales de participación.

Junto con la familia, la escuela es una de las principales agencias de socialización política. En la educación contemporánea, la calidad de esta socialización está directamente vinculada con la creación de entornos propicios para el debate en el aula, la promoción de la importancia del proceso electoral y el fomento de una cultura escolar participativa. En la escuela, los estudiantes no solo adquieren conocimientos sobre la sociedad, sino que también se preparan explícitamente para la vida en común, moldeando sus ideas sobre los derechos y deberes que implica la ciudadanía en un contexto democrático. Es en la escuela donde se cimientan los valores y competencias de las futuras generaciones, así como las prácticas de cooperación, diálogo y resolución pacífica de conflictos. Más aun, la escuela es el primer lugar donde los estudiantes se confrontan con diferentes conceptos de libertad y autoridad, y también donde acceden a una visión más amplia de la sociedad, alejándose de la incondicionalidad del hogar para formar parte de un “nosotros”, base de la vida cívica y de cualquier sistema democrático (Cox et al, 2014).

En este sentido, si bien existe una amplia literatura y evidencia empírica que examina lo que ocurre en el aula y la influencia de los docentes en el desarrollo de competencias ciudadanas, el papel de los líderes escolares en la educación para la ciudadanía, en contraste, ha recibido menos atención pese al rol significativo que los equipos directivos juegan en esta área de estudios. Los directores pueden, por ejemplo, garantizar que los docentes dediquen tiempo suficiente a la educación para la ciudadanía democrática, proporcionar recursos adecuados e implementar un aprendizaje basado en el servicio, comprendiendo sistemáticamente los objetivos de esta formación. 

A nivel nacional, un estudio realizado por nuestro equipo (Jara Ibarra et al., 2023) muestra una relación entre la antigüedad en el cargo de los directores y mejores resultados en términos de conocimiento y actitudes cívicas de los y las estudiantes. De igual manera, hallazgos de un estudio anterior indican que el liderazgo educativo cumple un rol central en la definición de un proyecto educativo significativo, con un componente identitario cohesivo que promueva el sentido de pertenencia, como una base relacional y socio-afectiva fundamental para la educación ciudadana (Jara Ibarra et al., 2019). Por tanto, la experiencia directiva influye no solo en los aspectos administrativos y académicos, sino también en la dimensión cultural, relacional y democrática de las escuelas. 

Por otra parte, es importante considerar que, en términos de la enseñanza y el aprendizaje de la educación ciudadana, la escuela se organiza en tres ámbitos formativos clave: el currículum, la cultura escolar y la comunidad circundante. Estos espacios pueden contemplar oportunidades formativas tanto para la dimensión cívica (política formal, de relación con otros lejanos) como civil (convivencia, de relación con otros inmediatos) (Cox & Castillo, 2015) de la ciudadanía democrática. Este ordenamiento permite, además, reconocer de manera clara la manera en los líderes educativos pueden atender, extender y potenciar la educación ciudadana desde el aula hacia la comunidad escolar en su conjunto. En el aula, el liderazgo educativo debe orientar a los docentes hacia la implementación de estrategias pedagógicas para la educación ciudadana, apoyando activamente el uso de metodologías como el debate y el aprendizaje activo. De igual manera, el liderazgo escolar tiene un rol central en la cultura escolar, fortaleciendo las instancias de representación estudiantil y promoviendo la participación activa de los estudiantes en la gestión escolar. Esto fomenta el compromiso cívico, la confianza y la autoeficacia de los estudiantes, al demostrarles que la participación política puede tener resultados tangibles. En cuanto a la comunidad local, los líderes escolares resultan clave en el fomento del vínculo de la escuela con su entorno, permitiendo que los y las estudiantes aprendan de manera práctica en contextos democráticos. 

Es importante señalar en este punto que la educación para la ciudadanía democrática puede verse tensionada o favorecida según las características del contexto. Aunque los principios aquí planteados son aplicables a diversas realidades, es fundamental considerar, como se señala más temprano, los desafíos que enfrentan hoy los sistemas escolares en contextos de alta polarización política, regresión autoritaria y emergencia de populismos. En este escenario, y como otro espacio de acción para el liderazgo educativo, destaca el papel crucial de los equipos directivos para que en las escuelas se permita abordar controversias, procesar conflictos y fomentar habilidades como la tolerancia y la resolución pacífica de problemas, indispensables para la participación ciudadana en contextos democráticos. Respecto al tratamiento de temas controvertidos, la evidencia señala que si los profesores no perciben apoyo por parte de los equipos directivos, es menos probable que se involucren en discusiones sobre temas controversiales. En ese sentido, hay al menos tres implicaciones para los directivos que desean aprovechar el potencial formativo que el tratamiento de temas controversiales posee: primero, brindar oportunidades de desarrollo profesional a los docentes para abordar la controversia desde una base pedagógica sólida. Segundo, fomentar un ambiente escolar que promueva la exploración tolerante de temas. Y, finalmente, apoyar a los docentes en su rol de guías en el aprendizaje cívico, respaldando tanto sus metodologías como la misión cívica de la escuela.

En definitiva, el liderazgo educativo tiene la capacidad de transformar las escuelas en espacios donde la democracia no solo se enseña, sino que se vive y se practica. A través de un liderazgo que se compromete e involucra en la misión de alfabetizar a las futuras generaciones en la participación ciudadana y democrática, es posible que las escuelas se conviertan en actores clave para la construcción de una ciudadanía activa, reflexiva y capaz de enfrentar los desafíos que las democracias contemporáneas presentan.

Las ideas planteadas en esta columna, por Camila Jara, son desarrolladas en extenso en un informe realizado junto a Macarena Sánchez Bachmann y el Instituto Unibanco de Brasil, disponible en el siguiente enlace.