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Es sabido que la pandemia tuvo efectos devastadores en nuestra educación. El alto nivel de abandono escolar, los muy menores aprendizajes alcanzados, y el expandido efecto sobre el bienestar socio-emocional y la salud mental de estudiantes y docentes son expresiones tangibles  de la profundidad de la crisis vivida. 

La crisis pandémica no solo ocurrió en Chile: fue un fenómeno global. Sin embargo, en nuestro país y en América Latina el impacto en la educación fue mayor. El indicador de Pobreza en el Aprendizaje, que da cuenta de la capacidad de un/a estudiante de 10 años de comprender un texto escrito de mediana complejidad, y que es empleado por distintas instituciones internacionales, muestra como nuestra región latinoamericana se empinó al 78% el año 2022; es decir, solo uno de cinco estudiantes ha logrado desarrollar adecuadamente su capacidad de comprensión lectora. Fue la región del planeta en la que el deterioro educativo fue más pronunciado. Esta tragedia se consumó por la conjunción de tres fenómenos: una larga clausura de las clases presenciales, una deficiente alternativa paliativa de educación virtual o a distancia, y el efecto adverso de la crisis socio-económica de las familias en los/las estudiantes. 

El año 2023 estará marcado por la prioridad de reactivar los aprendizajes académicos y socio-emocionales de los/las estudiantes. No hay hoy día otra tarea más urgente y decisiva que buscar recuperar el tiempo perdido en materia de estimulación y formación del estudiantado. Sabemos que lo perdido no es del todo rescatable: ciertas competencias, conocimientos y habilidades que no se adquirieron a cierta edad conllevan una espiral de no desarrollo de otras, haciendo que la plena formación del niño/a o adolescente se vea obstaculizada. Antonio Guterres, secretario general de Naciones Unidas, ha empleado el término de “catástrofe generacional” para referirse a esta situación que afectará a miles y miles de escolares a los que la crisis pandémica dejará huella de por vida.   Es tarea de la educación chilena, en todos sus niveles y con todos sus actores, buscar mitigar los efectos negativos de la pandemia.

Los directivos/as escolares tienen un rol central en este desafío 2023. Deben poner todo su liderazgo y su capacidad de gestión al servicio de reducir los efectos de la crisis en sus comunidades escolares. Instalar prácticas que busquen la revinculación de estudiantes que perdieron contacto con la escuela, o de alerta temprana para identificar y dar un apoyo especial a otros que podrían estar a punto de abandonar las aulas, es prioritario. Lo mismo vale para las acciones que permitan dar un apoyo especial y diferenciado a estudiantes en la recuperación de aprendizajes claves, tarea para la cual un buen uso del Diagnóstico Integral de Aprendizaje (DIA) puede ser de enorme utilidad. Los directivos/as pueden ir aún más lejos si incorporan en la gestión pedagógica e institucional del establecimiento, las innovaciones y aprendizajes organizacionales que dejó la crisis pandémica. Temas como la importancia del bienestar socio-emocional de estudiantes y docentes, el uso creativo de las nuevas tecnologías en el aula y en la gestión, un mayor foco en objetivos de aprendizaje prioritarios a lograr, el fomento del liderazgo distribuido y la cooperación profesional entre los docentes, o la mayor interacción de la escuela con los otros servicios públicos, especialmente con el sector salud, no pueden ser olvidados y deben ser incorporados plenamente. En suma, el liderazgo de los directivos/as es un recurso clave para gestionar de manera innovadora cada escuela en esta era post pandemia, para lo cual ellos y ellas deberán considerar tanto las impostergables urgencias como los valiosos aprendizajes ya adquiridos.  Desde el Programa de Liderazgo Educativo estaremos poniendo nuestro grano de arena para apoyarles en esta compleja pero decisiva tarea nacional.