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A partir de La Ley de Violencia Escolar (Ley núm. 20.536 del 2011), todos los establecimientos educacionales deberán contar con un encargado de convivencia escolar, quién será responsable de implementar las acciones que determine el Consejo Escolar o el Comité de Buena Convivencia Escolar, según corresponda. Tales acciones deberán constar en un plan de gestión. La pregunta es si es posible que la convivencia escolar recaiga exclusivamente en este profesional, el cual muchas veces no pertenece a los equipos de gestión o directivos de los establecimientos educacionales, quedando en un rol más bien marginal.

Es también cierto que la ley propicia que los alumnos, alumnas, padres, madres, apoderados, profesionales y asistentes de la educación, así como los equipos docentes y directivos de los establecimientos educacionales propicien un clima escolar que promueva la buena convivencia de manera de prevenir todo tipo de acoso escolar. Por lo cual, son también todos responsables de contribuir a una sana convivencia escolar. Sin embargo, solemos encontrar que la responsabilidad cae exclusivamente en los encargados de convivencia, quienes muchas veces no tienen la formación necesaria, ni las habilidades para liderar este complejo proceso, teniendo además poca consideración en los organigramas de las unidades educativas.

¿Cuáles serán sus posibilidades de decisión? ¿Cómo pueden liderar a toda la comunidad educativa para transformarse en una comunidad donde predominen las relaciones sanas y un clima de buen trato? ¿Cómo pueden ejercer un liderazgo distribuido con los otros agentes de la comunidad educativa para que juntos se potencien para generar estos mejoramientos en la convivencia escolar?.

Pareciera que para esto se necesita encargados de convivencia empapados de la cultura organizacional de sus establecimientos educacionales, con una mirada sistémica que los invite a actuar con todos los miembros de la comunidad educativa, con una mirada puesta en la disciplina formativa y la posibilidad de ejercer medidas preventivas y promocionales que vayan más allá de mirar el “caso” y remediar sus dificultades. Al respecto, llama la atención como muchas veces el encargado de convivencia intenta tener una mirada más formativa, sin embargo ésta topa con la mirada punitiva de otros actores de los equipos de gestión como los inspectores generales, siendo los llamados “buenos” de la institución educativa” versus el rol punitivo de los inspectores generales. Esto dificulta un trabajo colaborativo, con miradas comunes sobre su quehacer, apuntando juntos al mismo fin que es contribuir a una convivencia escolar sana en el establecimiento educacional.

Por otra parte, parece faltar dar un paso más allá, que es contribuir a la real transformación de las relaciones al interior de los espacios educativos. Cuando hablamos de convivencia hablamos de personas y por tanto de la búsqueda de estrategias “de carácter amplio”, que buscan el cuidado, el respeto y la solidaridad entre todos los miembros de la comunidad escolar, tal como señala Cecilia Fierro Evans (2014), investigadora de la Universidad Iberoamericana de León, construyendo un tejido socio-comunitario que fortalezca la cohesión y permita desarrollar competencias para vivir desde el respeto y la responsabilidad compartida.

Para esto, sería importante que formarán parte de los equipos directivos y/o tuvieran un rol más protagónico como líderes escolares. Además, se requiere de espacios formativos para que esta figura nueva en el sistema educativo valide su rol y se le otorguen mayores espacios de liderazgo y acción.

Ojalá no se transforme en una figura más que burocratice el sistema y actúe en forma solitaria en un tema tan complejo como la convivencia escolar y muchas veces invisibilizado en las unidades educativas. Se requieren profesionales proactivos, empáticos y capaces de establecer vínculos con los actores educativos, demarcando claramente su rol en un terreno tan incierto y nuevo como es la convivencia escolar, encuadrando su quehacer desde un perspectiva sistémica y distribuida como ya se mencionó anteriormente. Inmenso desafío para ellos y gran desafío para los establecimientos educacionales donde trabajan y todos aquellos que estamos interesados en que las comunidades educativas enriquezcan sus relaciones aportando al desarrollo integral de todos sus miembros.