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Por Gonzalo Muñoz y Josefina Amenábar.

El contexto general de reforma educacional que enfrenta el sistema escolar chileno desafía fuertemente a la función directiva. Si bien hace ya algunos años se ha venido develando la necesidad de fortalecer el liderazgo pedagógico de los directivos escolares (debido a su comprobada relevancia e incidencia en el mejoramiento de los aprendizajes), la implementación gradual de las transformaciones que actualmente vive la educación chilena tensiona a la función directiva y la invitan a traducir cada uno de los cambios en curso en oportunidades concretas de mejoramiento del trabajo de sus unidades educativas. Es así como hoy, por ejemplo, los directivos escolares tendrán un rol clave en la implementación del nuevo sistema de desarrollo profesional docente (orientando el uso de las horas no lectivas y los planes de desarrollo que cada profesor deberá diseñar e implementar), en la ley de inclusión (recibiendo nuevos recursos, ejecutando planes de apoyo a la inclusión y ajustando distintos procedimientos de la escuela a la nueva normativa) y en la nueva educación pública (desempeñando derechamente nuevas funciones, como la selección de docentes, la participación en instancias colaborativas o la administración directa de una parte de los recursos financieros de la escuela).

Todo lo anterior obliga a desarrollar y potenciar las capacidades de los líderes educacionales, lo que a su vez implica impulsar una agenda de calidad de su preparación. Esto es doblemente relevante en un escenario de proliferación de programas de formación de líderes (con la consecuente inversión pública y privada) y de poca evidencia sobre los resultados que esta formación tiene. Un estudio reciente de UNESCO (2015), sobre experiencias innovadoras de formación de directivos escolares en la Región, destacó la insuficiencia de investigación destinada a medir los efectos y el impacto específico que los programas de formación tienen en las prácticas de liderazgo de los directores y en las escuelas que éstos lideran. La evidencia existente específicamente para Chile (Weinstein y Muñoz, 2012: Muñoz y marfán, 2013) muestra que, si bien los directivos escolares cuentan con altos niveles de formación, existe poca o nula información sobre el real efecto que tienen estas oportunidades de perfeccionamiento en las prácticas y quehacer directivo.

En este escenario, se hace urgente e indispensable contar con orientaciones que permitan evaluar comprensivamente el efecto que tienen los programas de formación de directivos escolares en las prácticas de liderazgo escolar. Durante el 2017, CEDLE ha desarrollado un primer estudio orientado en esta dirección, que permitió, entre otras cosas, dar cuenta de un cambio importante en los énfasis curriculares de los más de 40 programas de formación en liderazgo que actualmente se desarrollan en nuestro país (a nivel de Magíster). Al comparar con la situación del año 2010, se evidencia una mayor priorización curricular de áreas como los conocimientos específicos sobre liderazgo educativo, el acercamiento a herramientas de mejoramiento escolar y la gestión de recursos humanos y del desarrollo profesional docente. Este interesante cambio convive sin embargo con una estabilidad de las principales metodologías utilizadas por los programas y la poca presencia de instancias prácticas de desarrollo profesional a lo largo de los mismos.

La conclusión central de este estudio es que la evaluación de la formación de directivos en Chile es un desafío absolutamente pendiente y su desarrollo pareciera crítico para la mejora de las políticas y prácticas de preparación en liderazgo. Si bien hay un grupo importante de programas que desarrolla al menos alguna acción de evaluación de sus resultados, las estrategias metodológicas utilizadas son muy tradicionales (como encuestas de satisfacción e instrumentos de evaluación de conocimientos, como pruebas durante el proceso formativo) y no se hacen cargo de lo que ocurre después del programa. El recorrido realizado por la investigación permitió elaborar una propuesta general de evaluación de la formación que pone su foco principal en las prácticas de liderazgo, vale decir, en el desempeño que los líderes escolares despliegan antes, durante y después de pasar por su formación. Al mismo tiempo que posiciona en las prácticas el principal dominio a observar, la investigación reconoce la existencia de otros tres dominios que deben ser estudiados, aunque siempre en relación con las prácticas: los conocimientos y habilidades, las creencias y disposiciones, y las trayectorias laborales de los líderes escolares.

Una investigación como ésta obliga a realizar una reflexión más general sobre la formación de directivos en Chile y sus desafíos, al menos en el espacio de los postgrados. Si bien se ha ido consolidando una oferta formativa a nivel nacional y se han ido ajustando algunos de los contenidos de los programas (como se muestra en el capítulo sobre el catastro), una vez terminado este estudio queda claro que un paso más hacia la calidad de la formación supone acciones de política decididas en este ámbito. La pregunta por la evaluación, de hecho, ha dejado de manifiesto la existencia de un vacío demasiado evidente en la poca claridad que hoy existe sobre lo que se espera de los programas de formación de líderes. Tal como está ya ocurriendo en muchas partes del mundo, definir un marco mínimo de orientaciones y exigencias (de contenido y método) para estos programas debiera ser un punto de partida para abordar con sentido de urgencia.