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El escenario de crisis en el que se ha visto envuelto el sistema escolar fruto de la pandemia ha modificado de forma radical el ejercicio del liderazgo en educación. La evidencia que hemos recopilado durante este año (por ejemplo, a través del estudio “La voz de los directores y directoras en la crisis COVID-19”), muestra que la demanda hacia los equipos directivos se ha incrementado significativamente. Los directivos han debido atender necesidades nuevas y de muy distinto tipo, liderando en un marco de incertidumbre y teniendo que equilibrar la preocupación por el bienestar social, mental y físico de las personas con una enseñanza a distancia de la mayor calidad posible. Como afirman dos referentes mundiales en este tema: ha emergido un nuevo orden para el liderazgo educativo, que no tiene precedentes y que obliga a los directivos escolares a buscar nuevos caminos y prácticas.

La experiencia que como UDP hemos tenido durante este 2020 nos ha hecho reflexionar detenidamente respecto a cómo la formación de los directivos escolares debiera adecuarse a este nuevo contexto. Antes de la crisis provocada por el COVID-19, como detallamos en un informe elaborado por CEDLE, la formación de líderes educativos pasaba por un momento contradictorio: si bien la oferta formativa de postgrado ha ido creciendo y consolidándose (permitiendo a muchos profesores y profesoras especializarse en el campo de la gestión educativa), los programas formativos no han logrado responder adecuadamente a las necesidades de los líderes ni afectar significativamente sus prácticas.

El remezón que ha provocado el COVID-19 ha sido una oportunidad para revisar la formación de directivos escolares. La mayoría de los programas tradicionales ha debido ajustarse a la modalidad virtual, lo que ha tenido consecuencias tanto en los aprendizajes priorizados como en la selección de las metodologías más pertinentes. Se han creado también nuevos programas nacionales e internacionales parcial o totalmente destinados a formar líderes en este contexto de crisis, como el curso “Liderazgo y Gestión Escolar en tiempos de crisis”, desarrollado en Brasil por Instituto Unibanco y otras instituciones (en el cual han participado más de 3.000 directivos escolares).

¿Qué podemos decir a partir de estas y otras experiencias de formación en el contexto actual? ¿Cuáles deberían ser los aprendizajes clave de este escenario inédito para la formación de líderes educativos?. Tres cuestiones parecieran ser las cruciales:

Capacidades críticas para enfrentar crisis: la formación de líderes debiera poner un foco especial en algunas capacidades que, de acuerdo a la experiencia, son particularmente importantes en contextos de crisis, como las capacidades de i) colaborar y distribuir el liderazgo (pues la inteligencia colectiva es un motor que contribuye a abordar la crisis), ii) gestionar la organización en base a una planificación flexible (con un norte claro, pero con posibilidad de ajuste muy rápido), y iii) comunicar y generar confianza en escenarios de presión e incertidumbre. También es muy importante proveer herramientas para la atención de la situación socioemocional de niños y adultos (una de las principales ocupaciones de los directivos por estos días), así como relacionarse con el entorno de políticas de una forma productiva y que no acreciente la situación de estrés por la que están pasando las comunidades.

Acompañamiento y mentoría como método permanente: como ocurre también con los profesores (que acuden a sus directivos y a sus propios pares), los líderes escolares requieren más que nunca espacios de cuidado, contención y acompañamiento. Las figuras de mentores y coaches, también el trabajo en red con fines formativos, siempre beneficiosas para la preparación de los directivos, adquieren hoy una relevancia mayor, ya que los directivos pueden compartir su experiencia, aprender de otros y sentirse escuchados en un espacio donde no se está evaluando su efectividad. Estos dispositivos tienen además la ventaja de adaptarse más fácilmente a las necesidades y problemas particulares que enfrentan los líderes.

Aprendizaje permanente como motor del liderazgo: la crisis ha sido también una fuente potentísima de aprendizaje, que debería acompañarnos para siempre. En este sentido, los programas de formación debieran proponerse generar herramientas para que los líderes y sus equipos puedan sistematizar sus aprendizajes e integrarlos en su trabajo futuro. Estos aprendizajes son individuales y también de la organización misma. La formación y el acompañamiento que desarrollemos para los líderes escolares tiene el deber de contribuir a que esta ebullición de aprendizaje no se pierda de aquí en adelante.

Por cierto, cada una de estas cuestiones son aplicables a los programas de formación más allá de la crisis, aunque ella nos ha forzado a mirarlas con mayor atención. Si bien comienza a verse ya la luz al final del túnel, lo cierto es que el 2021 será también un año plagado de incertidumbre y complicaciones para el funcionamiento del sistema educativo, por lo que estamos a tiempo de actuar en el plano de la formación y el acompañamiento. Los años siguientes serán también años difíciles debido a las consecuencias económicas, sociales y educativas de la pandemia. Además, ni los directivos escolares ni las escuelas en general serán las mismas después de esta crisis, lo que nos obliga a revisar críticamente lo que hoy estamos haciendo en este ámbito.

En síntesis, la crisis actual es un escenario propicio para redefinir, el qué, cómo, y para qué de la formación de líderes escolares, integrando los aprendizajes de este difícil momento, pero aprovechando también la oportunidad para subsanar otros problemas ya conocidos en este campo. La formación de los líderes escolares, si se desarrolla en base a una política de largo plazo, suma en su diseño a los propios protagonistas  y cuenta con la apertura al cambio de las diversas instituciones formadoras, puede contribuir de manera significativa a la nueva etapa que enfrentará nuestro sistema educativo en los próximos años.