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Cuando reflexionamos sobre las necesidades y requerimientos de los integrantes de la escuela de hoy, y cómo se puede responder a ella, una de las respuestas radicaría en la innovación para trasformar aquellas prácticas tradicionales, incorporando nuevas estrategias y herramientas que permitan involucrar tanto a estudiantes, profesores, directivos  y familias en el proceso de enseñanza-aprendizaje. El fin último es que estas prácticas innovadoras, se instalen en la escuela y pasen a formar parte del repertorio habitual del profesorado y los directivos.

Esta tarea sin embargo, no está exenta de complejidades. El compromiso que deben asumir todos los actores requiere de responsabilidades individuales y compartidas, donde el objetivo final es complejo, ya que se traduce en “aprender a colaborar” de forma efectiva, con un propósito en sí mismo y compartido por los miembros.

¿Pero cuál es la relevancia de la colaboración?, en primer lugar podemos enunciarla como un valor en sí misma, en segundo lugar como una de las competencias básicas y claves para la sociedad del conocimiento según la OCDE, en tercer lugar y de acuerdo a los planteamientos de PISA es esencial para aprender a interactuar en grupos heterogéneos, y en cuarto lugar y el más relevante, porque todos los cambios que se deseen enfrentar en la escuela, estos deben ser asumidos en colaboración entre los miembros de la comunidad educativa para alcanzar resultados exitosos.

Ya desde hace bastante años los hermanos Johnson –representantes a nivel mundial del aprendizaje colaborativo- han acuñado algunas condiciones básicas para alcanzar la anhelada “colaboración entre los miembros de una agrupación”, donde se destacan como indispensables la interdependencia positiva, responsabilidad individual y grupal, la interacción cara a cara, el uso de las habilidades sociales y la evaluación/reflexión del grupo.

La interrogante se basaría en cómo las instituciones educativas podrían orquestar estas condiciones para poder contribuir a un cambio que enriquezca sus prácticas y responda a los requerimientos de su comunidad escolar. En este caso sin duda fijamos nuestro foco en los líderes escolares y sus equipos directivos, quienes deben tener como una de sus misiones poder crear espacios para favorecer las condiciones que ya se señalaban como pilares fundamentales para alcanzar la colaboración entre los miembros, en este caso de la escuela.

Ahora bien, nos preguntamos por qué la colaboración se encontraría a la base de los cambios y las innovaciones que permitan trasformar la escuela. Principalmente  porque la colaboración permite generar sinergias entre los miembros de la escuela, y éstas con una adecuada conducción de sus líderes contribuirán al trabajo organizado, con objetivos claros, con reciprocidad para promover la anhelada trasformación de situaciones, condiciones y prácticas, que debiesen contribuir en el avance de la escuela a una comunidad de aprendizaje, donde todos sus miembros participen en el proceso de enseñanza- aprendizaje de forma democrática, donde el líder junto a su comunidad educativa sean responsables  y conscientes de los cambios que se deben enfrentar.

La colaboración por tanto es un requisito necesario para las escuelas del XXI, donde día a día se requiere del aporte de cada uno de los miembros para construir la comunidad educativa que deseamos.