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Es difícil poder comprender buena parte de las claves que actualmente se evidencian en el escenario educativo chileno. Actualmente estamos ante transiciones importantes y momentos críticos que generan gran incertidumbre, algo a lo que deberían estar acostumbrados los directivos escolares, pero del «deber» al poder adaptarse hay un trecho significativo.

Ciertamente podría argumentarse que la educación esta permanente en crisis, por lo cual no hay «nada nuevo bajo el sol». Este razonamiento -muy funcional- reduce la comprensión de las claves del momento sustantivo que enfrenta nuestro país en esta materia, lo que no invalida situaciones críticas previas que se hayan experimentado, las que son importantes para quienes desean llevar su institución a buen puerto, a saber, comprender algunos aspectos neurálgicos de la situación actual y próxima.

Una primera fuente transversal de tensión provienen de los cambios estructurales que devienen de las leyes aprobadas en el gobierno anterior, tanto respecto de la organización del sistema privado de enseñanza escolar financiado por el Estado, como del itinerario de transformaciones del sector público, desde DAEM a Servicios Locales.

En lo que respecta al sector privado, más allá de los tecnicismos que están asociados al sistema de pago del Estado a las nuevas fundaciones que creó la ley, en lo esencial es por la definiciones que los establecientes debieron adoptar y sus implicancias presentes y futuras. Esto es, transformarse en establecimientos netamente privados pagados o mantener su relación de dependencia financiera del Estado bajo el nuevo proceder.

Para algunos resultó incomprensible que el gobierno anterior, que buscaba fortalecer la educación pública, partiera por ese camino. Ello responde al hecho que la educación es un elemento relacional y por tanto, necesariamente cualquiera fuese el punto de partida, tenían que implementarse medidas en ambos sectores, esencialmente porque existían importantes asimetrías de derechos y deberes entre ellos que finalmente gravaban al sector público o favorecían de manera inequitativa, en algunos ámbitos al sector privado, estableciéndose dos aspectos medulares e inseparables: el del cofinanciamiento (familia -Estado) y el de los cambios en el proceso de selección – admisión, por la incidencia que ambos tienen entre si.

En este marco, el sentido de sustituir el cofinanciamiento reemplazándole por recursos públicos directos para los sostenedores, no solamente responde a un criterio de mayor eficiencia administrativa, sino que básicamente para reducir las barreras de selección (o de auto selección si nos situamos desde las familias). Esto es, que tal factor no fuese crítico (obstaculizara) para las familias a la hora de expresar su interés por un establecimiento educacional para sus hijos.

Ciertamente en el caso chileno integrarse a un determinado tipo de establecimiento educacional puede ser decisivo para el futuro de un estudiante, no obstante menos del 25% de sus resultados se explican por esta vía. En lo fundamental es más importante que el establecimiento donde estudia (con todo el significado que ello pueda tener) el capital u origen socio – económico cultural de la familia del estudiante, que aquellos atributos del centro escolar.

Centrar todo el debate educativo en los procesos de selección reduce el impacto y la relevancia del proceso formativo solamente a esta situación (solo ingresar sería garantía del éxito), desatendiendo lo esencial que es cómo el establecimiento contribuye a reducir las brechas de inequidad social, generando aprendizajes de calidad en sus estudiantes.

Es indudable que en la actualidad hay exigencias diferentes y posiblemente mayores en algunos ámbitos sobre el establecimiento escolar y sus directivos, aspecto que responde a la misma complejidad social que enfrenta el país en materia de convivencia social, de equidad y justicia redistributiva, a saber, en aquella sensación de desamparo de los ciudadanos ante cualquier dificultad superior que se enfrenta.

Es un desafío de proporciones construir desde la escuela confianza en sus actores, respeto por los similares y diferentes, estimulo al esfuerzo individual y solidaridad hacia los demás, pese a que buena parte de las señales de la sociedad van en otro sentido, esencialmente en fortalecer el individualismo separándose de los demás y centrándonos en lo práctico, en lo que reditúa en el corto plazo.

Las utopías educativas, tan propias de los principales procesos formativos del siglo pasado han sido reemplazadas por pseudo tecnicismos que se sustentan, muchas veces, en la desconfianza sobre las capacidades de directivos y docentes para emprender la tarea pedagógica, de allí la imperiosa necesidad del ente público por pautear, definir previamente todo y no dejar espacio para la impronta propia, salvo en el plano discursivo (lacra heredada del Estado Portaliano).

En este escenario es más que crucial la tarea de los directivos escolares, como lideres de los procesos educativos de sus comunidades, si queremos tener un sociedad diferente desde ahora. Consiste en buena parte en proponer e implementar un proyecto formativo desafiante, posible y acogedor, que invite a soñar a sus docentes, asistentes de la educación, la familia y empodere a sus estudiantes, mostrando con fundamentos, precisión y respeto el camino a seguir, el rol que cada uno debe cumplir en materia de metas, tareas, competencias y capacidades.

Las tensiones en el mundo público además se incrementan por la transición de algunas comunas, sus docentes, directivos y ciudadanos hacia los nuevos Servicios Locales de Educación, iniciativa fundada en un marco conceptual y operacional que no es consistente con la orientación del actual gobierno nacional, lo que genera espacios de incertidumbre y algunas tensiones importantes.

En este escenario, invadido por diversas iniciativas sobre cambios en el sistema de selección/admisión de estudiantes y otras que posiblemente vengan, no muestran un norte claro con los principales desafíos de calidad, integración social, construcción de una sociedad representativa de y para todos (es decir un nuevo pacto de sociedad), y de incorporación de los desafíos de la automatización de la autonomía decisional y otras que aparecen como decisivos en el horizonte formativo escolar, bajo el cual, finalmente serán medidos sus resultados.

Sin desmedro de lo señalado, son estos elementos finales los claves en el impacto de la gestión exitosa de los centros escolares, mediatizados por instrumentos que permitan ir midiendo los diversos avances, pero con claridad respecto de hacia dónde ir, constituyéndose en la responsabilidad de quienes conducen los centros educativos en el plano real: la cotidianeidad formativa.