menú

Lejos de vaticinarse el fin de la escuela, pareciera que esta institución perdurará un buen tiempo aun como «garante de los aprendizajes y constructora del pacto social», funciones que cumple -con dificultad creciente – y bajo las cuales hoy es increpada debido a las debilidades que presenta. En razón de lo cual, la Institución escuela registra una obsolescencia significativa en sus dimensiones valórica, de contenidos y procedimentales. Lo que algunos llaman la gramática de la escuela.
El avance del siglo ha presionado con nuevas dinámicas sociales, a las cuales nuestro país no estaba acostumbrado por su lejanía territorial y cultural con el otro mundo, aquel del hemisferio norte y también del sur. Demandas de movilidad vertical muy rápidas, identidades locales poderosas, mayor individualismo, una sociedad mucho más diversas en todo tipo de identidades y personas, incluyendo a los extranjeros.
La escuela ha dejado de ser el nicho exclusivo del aprendizaje, es confrontada con otras fuentes tanto o más eficaces en este plano, de las cuales no siempre sale bien parada. La formación y práctica de los profesores sigue pensada desde el lugar que ellos son los poseedores del saber y no los articuladores de saberes en construcción y deconstrucción, los países nos esmeramos en el cumplimiento de indicadores escolares convencionales, que siendo importantes, no retratan las nuevas condiciones y dinámicas de una sociedad tensionada, algo confusa y otro tanto asustada sobre el devenir ¿cuál es entonces el vínculo sobre el que se materializa la escuela pública?
Distante de las definiciones teóricas, lo más importante de la escuela -desde la perspectiva que se debate- es su hacer, su cotidianeidad. La escuela debiese ser clave en la vida colectiva y el bienestar de los ciudadanos solo en cuanto cumpla su función. En caso contrario -como ha ido gradualmente ocurriendo en estos tiempo- su rol es cada vez más difícil de sostener.
La escuela construye un vínculo que une (o no une, con sus matices intermedios) a los personas, genera un lazo sustentado en prácticas regulares (valores y símbolos) que nos permite reconocernos como integrantes de una misma comunidad, miembros de una sociedad, con sentido compartido con muchos. Este lazo -el pacto social- es que ha entrado irremisiblemente en crisis, pese a que los indicadores formales del sistema apuntan en sentido contrario (mayor cobertura escolar, mejores logros de aprendizaje, etc.), nuestra sociedad es cada vez más fragmentada, los sujetos más aislados, menos empatía social con quienes lo necesitan.
El vínculo basal del pacto social lo constituyen los valores que se practican en la escuela, no los que se dicen practicar, sino aquellos que conforman su cotidianeidad. En este escenario aprendemos a relacionaros con los iguales y los desiguales, y también con nosotros mismos (autoestima).Otrora la escuela les esculpía en nuestra vida con un marcado autoritarismo del cual hoy las nuevas generaciones se han sacudido rápidamente, desgraciadamente -en oportunidades- también desprendiéndose de estos valores, que son importantes pero su sustento ha de venir de un proceder, una forma de vivencia diferente, la reflexión y el diálogo, las cuales la escuela no instala con eficiencia en nuestra práctica cotidiana.
Acusamos con demasiada frecuencia en nuestra vinculación cotidiana como ciudadanos la falta de entendimiento a partir de la escasa reflexión y diálogo de nuestras posiciones, ideas, pensamientos y acciones. El excesivo celo por la autonomía e individualismo de cada personas nos hace olvidar la forma cómo establecer valores compartidos, el papel de la reflexión y del diálogo de nuestras posturas en un marco de respeto. Necesitamos construir como sociedad un sólido vínculo entre la personas/ciudadanos, lo suficientemente fuerte para que resista los avatares de los cambios necesarios, sin descomponerse.
Nuestro país cometió el error de instalar el mercado no como regulador de la economía sino que de todas la relaciones de la sociedad y por lo mismo de las relaciones en la escuela. Así, el mercado como el dinero han penetrado vertical y horizontalmente en las personas y las relaciones- por eso los debates por seleccionar y poder pagar por un tipo de escuela han sido tan encarnizados- el individualismo se ha fortalecido, la escuela se ha debilitado.
La escuela pública actual no es constructora de vínculos sino de algunos vínculos, aquellos que los apoderados quieren, su sentido público se desvanece cada vez más, «la cosa pública», aquellos que nos une, interesa cada vez menos.
Las promesas de la escuela son a mediano y largo plazo, aunque asistamos por 12 o 14 años, su impacto tarda, es lento, por ello requiere de seriedad y convicción a la hora de la instalación de sus prácticas. Lo que importaría es que éstas sean razonables y también justas, para que se comprenda tanto el sentido de aquello que nos beneficia como de aquello en que debemos ceder.
En este marco, la tarea de la escuela es mayor. Sus prácticas ligadas a la generación de los aprendizajes y la vivencia de los valores claves del pacto social están más cerca de la obsolescencia que de la vigencia. El profesor, profesional de la educación está en retirada en el mundo, reducido a algunas áreas claves, cediendo espacio a otros profesionales que en forma transitoria o permanente se han inserto en el trabajo escolar. La lucha por la actualización de los contenidos, instala y desinstala cada vez con mayor rapidez las reformas curriculares, centrado el foco en contenidos su muerte tiene data próxima y aunque hoy se habla de nuevas competencias de los estudiantes, poco sabemos de cuáles han de ser para el escenario que ha llegado.
Lo público, el sentido basal de la escuela está en revisión, su horizonte no es lo que fue, sino el nuevo sentido de lo público en una realidad multicéntrica y multi- identitaria de personas que demandan cambios rápidos que la vieja escuela no puede seguir a esa velocidad, aunque aun mantiene el sello de validar los aprendizajes, pero pareciera que no tan convencidamente el de eficaz constructora del pacto social.