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Entre las modas iterativas que se presentan cada cierto tiempo en educación, la educación parvularia sin lugar a dudas ocupa un lugar destacado. La política educacional pública ha insistido, con argumentaciones sólidas que vienen desde hace unos 40 años, respecto de la rentabilidad social de esta inversión, del alto impacto que tiene sobre los resultados educativos en todo plano, y particularmente en la equidad social, una meta no menor en una sociedad como la nuestra campeona de la desigualdad.

Hemos avanzado mucho en este plano, tanto en materia de cobertura de los ciclos superiores de la educación parvularia, lo que usualmente llamamos preescolar, donde podría decirse que estamos próximos a la cobertura universal, y por cierto en tanto se desciende en la edad de los párvulos la brecha de cobertura es muy alta llegando a ser del orden de un 70% en el nivel sala cuna. Por cierto el más complejo y costoso de implementar.

También desde comienzos del siglo se dispone de las Bases Curriculares de la Educación Parvularia, propuesta formativa muy relevante que significó un gran avance en materia de diseñar una estrategia de trabajo pedagógico coherente y conjunta en un sector de gran diversidad operacional, donde hay establecimientos muy bien dotados en materia de equipamiento e infraestructura, en tanto hay otros en condiciones muy precarias. Esta propuesta curricular fue gestada en un modelo mucho más participativo que el currículo de los niveles regulares del sistema escolar, cuestión que operacionalmente le valida ante sus pares, reduce las tensiones propias de este campo que se producen por la implementación curricular. Si bien en la actualidad se han presentado las nuevas Bases Curriculares de la Educación Parvularia, y han sido observadas rigurosamente por el Consejo Nacional de Educación (CNED), se espera que prontamente se superen las falencias detectadas y estemos frente a un propuesta que signifique un salto cualitativo ante lo que hoy está vigente.

En el actual período de administración del Estado se creó la Subsecretaría de Educación Parvularia y un tiempo después la Intendencia de este mismo nivel. La idea de fortalecer la institucionalidad es sustantiva para dar solidez a las políticas de educación de la infancia, y dejar que sean acciones aisladas solamente inspiradas en situaciones momentáneas. Por ello se espera que prontamente las distintas instituciones públicas se articulen en mejor forma y como país ofrezcamos un servicio educativo de mejor calidad aún. Este es un factor clave para generar la tan necesaria equidad social y educativa.

En el esfuerzo de cobertura que se ha impulsado debemos poner mayor énfasis en equiparar este objetivo con la calidad de la oferta. Hay claramente propuestas muy diferentes, sin entrar a desacreditar y bajo el supuesto que es mejor proveer educación preescolar que no proveerla, lo cierto es que los programas que funcionan vía transferencia financiera dependiente de los municipios, más allá del esfuerzo de sus educadoras y del personal que trabajan en ellos, son «los parientes pobres del sistema», cuestión que es muy relevante porque poseen mucha matrícula, además de que por principio un Estado democrático no tiene razones válidas para proveer ofertas de desigual calidad a los ciudadanos.

No obstante el tema en comento es mucho más complejo, la política de fortalecimiento de la educación parvularia requiere, más allá de todo lo realizado, de políticas, estrategias e instrumentos de fortalecimiento de la dirección de centros educativos de párvulos, tarea no asumida prioritariamente por las iniciativas públicas en este campo que, al igual que lo que pasa en el sector escolar en este ámbito, los problemas enunciados por la educadoras responsables o directoras de estos centros son muy similares a los que se identifican en el ámbito escolar, a saber: la formación en el campo de la gestión y el liderazgo es muy incipiente, y cuando existe es esencialmente teórica. La mayor parte del aprendizaje logrado ha sido empírico, por experiencia -vía ensayo y error- sin soporte adecuado, sin un proceso de apoyo institucional sólido, instalado y validado.

En segundo lugar, muchos de los problemas de gestión que enfrentan no generan «memoria» en la institucionalidad pública, de manera que su nueva consideración implica «partir de cero» y no desde los aprendizajes anteriores. También la gestión pública «consume» buena parte de su tarea directiva en la generación de trabajo administrativo más que en la dirección pedagógica del mismo, cuestión tanto más crucial cuanto más vulnerable es la población de párvulos que acoge.

Adicionalmente, las tareas directivas no han sido reconocidas en procesos formales de evaluación que conduzcan a la generación de una carrera directiva para este nivel del sistema, tarea que es sustantiva y que demanda, además, otras tantas labores anexas, como levantar mediante estudios ad-hoc una bitácora del trabajo que relanzan las directoras según tipo de establecimiento, población que atiende, tamaño de su matrícula, articulación con el sistema escolar, trayectoria formativa de sus estudiantes, etc., que implican posicionar a este nivel de la dirección educativa al mismo plano de lo que se busca alcanzar con la formación de directivos  de enseñanza básica y media.

En el ámbito escolar se sabe del impacto gravitante sobre el hacer de los educadores y logros de los estudiantes que representa una dirección de calidad del centro escolar. Se esperaría que en el nivel parvulario ello se replique en grado importante, por ende es sustantivo generar una política pública en este plano que alineada con las políticas del sector y con las de directivas escolares, contribuya a fortalecer sólidamente en nuestro país este ámbito que ha no sido visibilizado en su justa dimensión hasta la fecha.