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A propósito de la crisis sanitaria y sus efectos en la educación, las instituciones escolares se han visto fuertemente interpeladas a poner en el centro de su quehacer, el bienestar emocional de la comunidad educativa. Esto implica entre otras cosas, que los liderazgos tengan la convicción de relevar la importancia de este ámbito y la voluntad para concretar ajustes, generar las condiciones necesarias y resguardar la accesibilidad y disponibilidad de este bienestar, considerando las complejas circunstancias de funcionamiento actuales.

Pero ¿es esta una demanda nueva, surgida en un escenario de pandemia? Las necesidades de cuidado y bienestar de las personas de la comunidad educativa han existido desde siempre y se han exacerbado y visibilizado en este periodo de crisis. Por tanto, la crisis nos ofrece la oportunidad de hacernos cargo de estas necesidades de bienestar (anteriores a la pandemia o emergentes) a través de acciones consientes e intencionadas para ello.

Si bien el trabajo en este ámbito, es una tarea de la comunidad educativa en su conjunto, es menester de los directivos liderar estrategias institucionales para la generación de un clima de bienestar y de los equipos sostenedores destinar recursos y tiempos profesionales así como ofrecer oportunidades de formación en estas temáticas que orienten  acciones para favorecer el bienestar emocional al interior  de las comunidades, dado que este apoyo se reconoce como un aspecto clave de la gestión escolar.

Velar intencionadamente por el bienestar de los adultos que trabajan en las escuelas es primordial debido a que el bienestar emocional de profesores y profesoras repercute a su vez en el de los y las estudiantes. En este sentido, se hace necesario que los liderazgos conozcan e identifiquen aquellas habilidades socioemocionales “claves” que se ponen en juego frente a diversos tipos de adversidad surgidos en la práctica docente con el fin de potenciar aquellas que generan autoconciencia y proactividad en la gestión emocional (como lo son el análisis lógico de las situaciones adversas, la revaloración positiva de ellas buscando oportunidades y aprendizajes, la búsqueda de apoyo y orientación, y el enfoque hacia la resolución de problemas) y distinguirlas de estrategias de afrontamiento caracterizados por la negación y la evasión (por ejemplo la evitación cognitiva de la adversidad, la resignación frente a condiciones desfavorables, la búsqueda de gratificaciones alternativas y la descarga emocional disruptiva). Al respecto, algunos estudios concluyen que los docentes que presentan habilidades para identificar, distinguir y describir con seguridad las emociones que cotidianamente experimentan y comprenden el significado de ellas, utilizan respuestas de afrontamiento a la adversidad más proactivas y presentan un sentido de alta autoconciencia, lo que deriva en mayor bienestar. Por el contrario, la negación y/o la evasión de las situaciones adversas se asociaría a una baja autoconciencia y pasividad en la gestión de las propias emociones lo cual afectaría la percepción de bienestar emocional (Pérez, Navarro, Soria, Valero, Rodríguez, González, Gómez & Cantero Vicente,2011).

Por otra parte, la instalación de una cultura de bienestar emocional implica entre otros aspectos, el cuidado mutuo entre todos los miembros de la institución escolar promoviendo la interdependencia entre ellos y generando espacios de contención, colaboración, recreación y descanso durante la jornada laboral e incrementar el sentido de pertenencia a la comunidad, aumentando la incidencia en la toma de decisiones de la escuela por parte de los docentes.

Entonces,

¿Qué podemos observar en instituciones educativas que ponen el bienestar de la comunidad escolar en el centro de su quehacer?

  • – El desarrollo del ámbito socio emocional y el énfasis en el bienestar es una prioridad declarada con objetivos concretos, alcanzables y medibles.
  • – Existen oportunidades de formación y desarrollo profesional con foco en aprendizaje socioemocional.
  • – Directivos y docentes construyen un liderazgo situacional y contextualizado, poseen una autoridad legitimada, son flexibles frente a los cambios y mantienen estabilidad y confiabilidad frente a la incertidumbre.
  • – Estudiantes y docentes se sienten reconocidos y vistos/as como personas originales, valiosas y capaces. El error es validado por la comunidad como una fuente de aprendizaje y las expectativas pueden ajustarse de acuerdo con el contexto y las necesidades emergentes.
  • – Adultos conscientes de que son modelos de autocuidado y por lo tanto saben que las estrategias de afrontamiento de la adversidad que utilizan (autoconciencia o evitación) las observan y aprenden también los y las estudiantes.
  • – Preocupación y acciones concretas para fomentar sentido de pertenencia y espacios para el desarrollo de vínculos entre los diferentes miembros.
  • – Clima dialogante, basado en la confianza, donde todos y todas puedan participar desde su originalidad y creatividad expresando opiniones, inquietudes, temores, discrepancias, aportando con experiencias e iniciativas.
  • – Roles flexibles que cuidan las formas de comunicarse, existencia de normas y límites protectores de la dignidad de las personas y promoción de espíritu crítico y reflexivo.
  • – Conciencia compartida de que las emociones influyen en los procesos de comunicación, aprendizaje y socialización y por lo tanto no pueden desatenderse, negarse o relegarse.
  • – Espacios de colaboración y libertad para la innovación, se valora el ensayo e intento de nuevas respuestas a las preguntas de siempre.
  • – Directivos y docentes atentos a identificar necesidades socio emocionales de los diferentes miembros de la comunidad y dispuestos a trabajar colaborativamente buscando formas de satisfacerlas.
  • – Directivos y docentes que gestionan oportuna y efectivamente redes de apoyo psicosocial para los estudiantes y sus familias.

Así, estos indicadores pueden contribuir a la autoevaluación de la institución educativa en cuanto a acciones que promueven y favorecen bienestar colectivo en la comunidad y a la toma de decisiones que se orienten hacia este objetivo, permitiendo a los liderazgos avanzar en su rol garante del cuidado socioemocional de las personas a quienes están llamados a conducir.