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En esta columna José Weinstein analiza las razones del por qué las mujeres desarrollan más competencias de liderazgo. El autor destaca que se debe indagar más en los patrones de socialización que ellas experimentan durante su vida personal y profesional, y cómo aquellos impactan en el desarrollo de determinadas competencias, así como en modos diferentes de ejercicio de la autoridad.

El año 2019 realizamos una encuesta sobre el liderazgo directivo, enfocada principalmente en las prácticas que desarrollan los directores y directoras de escuelas básicas urbanas. La encuesta tuvo representatividad nacional y recogió las opiniones no sólo de los propios directores y directoras, sino que también de los docentes que trabajan en los establecimientos que dirigen. De hecho, son principalmente los y las docentes quienes en este estudio informan y evalúan el desempeño directivo.

Al analizar los resultados pudimos apreciar que entre los distintos factores asociados a la valoración de las prácticas de liderazgo, el sexo era el que claramente establecía una mayor diferencia y que esa diferencia era siempre favorable a las directoras mujeres. Así de catorce prácticas analizadas, en nueve se producía una ventaja estadísticamente significativa para las mujeres y en las otras cinco no había diferencias. Siguiendo el conocido esquema del académico canadiense Kenneth Leithwood, estas nueve prácticas refieren tanto a la dimensión de establecer dirección para la escuela, como a las de desarrollar a las personas, rediseñar la organización y gestionar la instrucción en el establecimiento escolar. Esta transversalidad en la mejor evaluación de las directoras implica también que aquella se produce tanto en prácticas que refieren al liderazgo transformacional como en otras vinculadas al liderazgo pedagógico (o instruccional).

¿Por qué existe esta ventaja femenina en la dirección escolar? En nuestro estudio exploramos varias hipótesis. La primera fue que las directoras podían tener una mejor formación o preparación que los directores. Esta hipótesis no se verificó puesto que, al revés, los varones tenían una mayor formación especializada y poseían mayor experiencia directiva previa. La segunda apuntaba a una posible “complacencia de género”, esto es que las docentes mujeres tuviesen un juicio más favorable respecto de una directora mujer y que, dado que son más las profesoras que los profesores, ello se reflejara en el resultado final. Esta hipótesis tampoco se verificó, puesto que los docentes varones también declararon una mejor evaluación de las directoras que de los directores varones. Por último, también exploramos si esta diferencia se debía a variaciones en el tipo de establecimiento en que ambos grupos trabajaban. Nuevamente la respuesta fue negativa, dado que en los diferentes tipos de establecimientos (grandes, medianos o pequeños en su matrícula, así como municipales, privados subvencionados o privados pagados en su dependencia) se mantuvo la ventaja femenina.

Nuevas investigaciones deberán seguir profundizando en las razones de la mayor valorización del liderazgo de las directoras entre el profesorado. Por nuestra parte creemos que se debe indagar más en los patrones de socialización que ellas experimentan durante su vida personal y profesional, y cómo aquellos impactan en el desarrollo de determinadas competencias, así como en modos diferentes de ejercicio de la autoridad.  Entender cabalmente este proceso de aprendizaje vinculado a las construcciones de género y su influencia en los estilos de liderazgo es relevante para ampliar la mirada de los contenidos que deben poseer los procesos formativos de todos quienes asumen funciones directivas.