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Uno de los grandes desafíos que enfrenta la educación y líderes del siglo XXI es responder a la diversidad que compone sus centros educativos, de forma efectiva, adecuada y oportuna. Es relevante abrir la reflexión sobre este tema, como una necesidad latente, debido a los vertiginosos cambios que estamos viviendo como sociedad chilena.
Desde ya hace algunos años, en nuestro país, en el ámbito social y educativo, se han venido vivenciando una serie de desafíos respecto al respeto, atención y reconocimiento de las diferencias. Ello sin duda ha enriquecido la escuela y ha presentado nuevos desafíos para los equipos profesionales que la componen. Desde los principios de la educación inclusiva, se alienta el trabajo con la diversidad en un sentido positivo, como un recurso natural que potencia el aprendizaje y que desafía a los equipos que la componen a ajustar sus respuestas, actuaciones y prácticas pedagógicas y de gestión, respetando y brindando la oportunidad de participación a todos los miembros de la comunidad educativa.
La tarea se encuentra entonces, en cómo los equipos directivos gestionan la diversidad que compone los centros, respondiendo a los principios y políticas inclusivas, con herramientas, modelos y prácticas que innoven en su quehacer educativo. En este sentido un liderazgo de carácter inclusivo se identificaría por una organización democrática de los equipos con metas y emprendimientos comunes que se concretarían en la generación de prácticas inclusivas (Ryan, 2016).
Un ejercicio necesario en los centros educativos por tanto, es poder remirar las prácticas educativas, el último eslabón donde se materializan los ideales, propósitos, políticas, modelos y estrategias que responderán ajustadamente a las requerimientos de las comunidades. En este sentido la innovación y desarrollo de nuevos modelos de trabajo, aportaría al abanico de herramientas con que pueden contar los centros educativos y sus profesores, para responder atingentemente a los desafíos de la educación inclusiva, desde un liderazgo inclusivo.
Desde la UNESCO (2014) se entiende la innovación como acto deliberado y planificado de solución de problemas, que apunta a lograr mayor calidad en los aprendizajes, superando el paradigma tradicional y entendiendo este proceso como la interacción que se construye entre todos. Igualmente se entiende como resultado de un proceso colaborativo, que concierne a la selección, organización y uso creativo de los elementos de gestión institucional, curricular y didáctica, en respuesta a una necesidad que exige respuestas integrales (Barraza, 2005), donde juegan un papel relevante las características de los directivos y el clima que fomentan en la comunidad educativa, como condiciones facilitadoras de la innovación educativa (Leal-Soto, Albornoz y Rojas, 2016).
Es así entonces, que para alcanzar respuestas atingentes a la diversidad es necesario visualizar la innovación de las propuestas y prácticas a través de un liderazgo inclusivo. Ello permitirá comprender los cambios en un sentido constructivo y enriquecedor para las comunidades, dotándolos de nuevas herramientas que permitan el éxito y la participación democrática de todos los miembros de la comunidad educativo en este proceso, como una construcción colectiva, cíclica y de autoevaluación constante. La colaboración emerge como un pilar fundamental de este proceso, donde sería impensable alcanzar objetivos colectivos desde la competencia o trabajo individual de los equipos.
La gestión de la diversidad, es por tanto, una tarea imprescindible que debe convertirse en una prioridad para los líderes educativos, con el fin de aportar en la mejora de sus centros educativos y nutrir las oportunidades y potencialidades de la comunidad educativa que la conforma.