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Hace unos días fui invitado por la asociación de directores de establecimientos escolares de la
comuna de Santiago para conversar sobre la nueva carrera docente. ¿La razón? Su preocupación
por que veían como los sueldos de los docentes habían aumentado considerablemente (30%
promedio), mientras que los suyos se mantenían estancados. Su reflexión era que hoy por hoy era
más conveniente salarialmente ser clasificado como “docente experto” en una escuela o liceo, que
ejercer la ultra demandante tarea de dirigir.
Pero no se trata exclusivamente de mejorar las rentas y las condiciones laborales de los directores.
Se requiere ir más allá: establecer con urgencia una carrera para los directivos escolares, que
permita atraer, desarrollar y retener en esta estratégica posición a quiénes pueden liderar
adecuadamente a las comunidades educativas.
La nueva carrera directiva debiera plantearse aumentar los requisitos que se deben exigir para ser
director(a). En muchos sistemas escolares se plantea que es necesario haber desarrollado
adecuadamente cierta experiencia en cargos directivos, o bien haber superado exitosamente
cierta formación habilitante (maestrías en gestión pedagógica e institucional de alta calidad y
acreditadas por el Estado), para poder ejercer esta posición. Ello asegura cierta competencia
profesional y experiencia previa entre los directores y directoras que en Chile no podemos
garantizar.
La nueva carrera debiera establecer distinciones en la trayectoria de los directores. En efecto, las
carreras directivas suelen distinguir al menos entre 3 tramos: el del director principiante (recién
iniciándose en su labor), el del director avanzado (que ya superó la etapa inicial y cuenta con un
dominio básico de las tareas asociadas a su posición) y el del director experto (que posee un
amplio dominio de aquellas). El paso de un tramo al siguiente suele estar claramente regulado,
fundándose en diferentes niveles de dominio de competencias de dirección, así como en un
desempeño profesional demostrado (y no solo en la acumulación de años en esta función). En
cada tramo, los directores tienden a contar con apoyos diferenciados, pero también se les suele
otorgar distintas oportunidades de ejercicio de la posición (por ejemplo, los directores expertos
pueden ser mentores de quiénes se inician en el cargo). Estas etapas permitirían salir de la
situación actual, que es plana e indiferenciada en el ejercicio de la dirección, para beneficio no
solo de los propios directores sino que del sistema en su conjunto.
La nueva carrera debiera reordenar la situación actual en cuanto a los convenios de desempeño,
que los sostenedores establecen con los directivos (que suelen plantear metas poco realistas y
parciales a quienes han sido seleccionados), así como respecto de la duración de los períodos en el
cargo directivo (que fijan 5 años con solo una posibilidad de renovación). También debiera avanzar
en la definición de los otros cargos directivos, como la jefatura técnica y la inspectoría general,
actualmente con vagas atribuciones y responsabilidades, e incorporar la figura de un jefe
administrativo (que profesionalice estas fatigantes actividades y, de paso, descargue de dichas
tareas a la dirección). La nueva carrera también sería una ocasión para incentivar que los buenos
directores se establezcan en los establecimientos escolares más desafiantes socialmente, cuyos
estudiantes más requieren contar con una formación que favorezca la tan esquiva igualdad de
oportunidades.

En tiempos electorales, en que los candidatos y candidatas presentan sus propuestas de cambio
para el país, sería conveniente que no siguieran olvidando (como lo han hecho muchos de ellos)
esta carencia de nuestras políticas educativas. Los directores y directoras de establecimientos
educacionales son un recurso indispensable para alcanzar una educación de calidad y una carrera
profesional podría potenciar significativamente su contribución.