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La violencia en las escuelas es un tema que nos preocupa a todos, qué hacemos con esta violencia, cómo la enfrentamos, cuáles serán sus causas, cómo la prevenimos, cómo promovemos el buen trato entre los actores de la comunidad educativa.

Sin duda, las causas son múltiples y cómo tales difíciles de tratar. La violencia escolar es un fenómeno complejo que atañe a todas las relaciones que se establecen en la comunidad educativa y que se relaciona también con violencias sociales y culturales.

Por lo tanto, no habría una única solución ante esta problemática sino que deberíamos contribuir a una cultura de buen trato y cuidado del otro y del propio establecimiento educacional  a través de múltiples acciones que se relacionan con formación y acompañamiento a los actores escolares, desarrollo de habilidades socioafectivas, promoción de una disciplina formativa  y especialmente establecimiento de vínculos de cuidado y protección que generen sentido de pertenencia y el desarrollo socioemocional de todos los actores de la comunidad educativa.

En este proceso llaman la atención las ideas de medidas de tipo restrictivas relacionadas con la rápida expulsión de los estudiantes que han generado graves hechos de violencia escolar en sus establecimientos educativos, dejando de lado los parámetros y la filosofía que están detrás de la ley de inclusión.

No es que no compartamos lo grave de los hechos que hemos visto a través de los medios de comunicación, pues han roto las confianzas y la sensación de seguridad de las comunidades educativas, lo cual ha impactado seriamente la convivencia escolar. La pregunta que cabe es si propiciar ese camino como el principal para tratar la violencia escolar será suficiente. Si no habrá otras alternativas formativas que a largo plazo generen círculos más virtuosos en los establecimientos educacionales que lleven al buen trato.

Muchas veces miramos sólo la punta del iceberg que en este caso son los hechos de violencia grave en algunos establecimientos educacionales, pero qué pasa con el fondo, qué pasa con el iceberg que está debajo del mar, de qué nos habla ese fondo, de qué escuela habla y de qué necesidades. El temor es que nos quedemos sólo con la punta y no vayamos más allá, a las profundidades del fenómeno de la violencia escolar. En ese camino creo que abogar por la prevención y la promoción del buen trato son un camino más certero, aunque pueda ser más lento e incierto.

Cambios en problemáticas tan profundas requieren de soluciones profundas y duraderas, quizás aún no hemos encontrado la solución exacta, pero debemos seguir en esa búsqueda como profesionales que nos interesa cuidar y proteger una sana convivencia en las organizaciones educativas.